El asunto es simple: El PRI nunca estuvo muerto ni enterrado. Sus mañas, en vez de erradicarse, fueron muy pronto reproducidas por sus supuestos adversarios.
Álvaro Delgado
El dirigente del PRI, César Camacho, y el titular del Ejecutivo, Enrique Peña Nieto. Foto: Octavio Gómez |
MÉXICO, D.F. (apro).- En medio de los escándalos de panistas y perredistas que se le han sometido, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) cumple 85 años de edad y, pese a la vasta propaganda de Enrique Peña Nieto por hacer creer lo contrario, arrastra en el poder los mismos vicios de siempre.
Perder la presidencia de la República, en 2000, no implicó la democratización del partido de Carlos Salinas, como consta en los gobiernos estatales que ejerció en la travesía de los dos sexenios panistas. El retorno al poder presidencial sólo ha afianzado su vocación autoritaria.
El asunto es simple: El PRI nunca estuvo muerto ni enterrado. Sus mañas, en vez de erradicarse, fueron muy pronto reproducidas por sus supuestos adversarios. Esa sí es una verdadera victoria cultural, no las tonterías que pregona el PAN carcomido por la corrupción.
Con la alternancia se puso de moda decir que México se transformó en una democracia, imperfecta pero democracia. Hasta el escritor Mario Vargas Llosa se fue con la finta y se arrepintió de haber dicho que el PRI ejerció en México una “dictadura perfecta”.
Vargas Llosa dijo esto en 2011, justo cuando Humberto Moreira asumió la presidencia del PRI y era ya sabido el saqueo de Coahuila. Uno pensaría que Vargas Llosa erró, pero no, porque todavía el año pasado se mostró fascinado con el PRI, pese a las prácticas de defraudación en 2012, lo que prueba que el extraordinario escritor es también un pésimo político y analista.
Pero en lo doméstico tampoco genera inquietud el ejercicio de los mismos vicios priistas de siempre, como la corrupción, el engaño, la simulación, la represión selectiva y “La Línea”, esa conducta bajuna de la política que representa la obediencia ciega y que suele encubrirse con disciplina.
La cumbre de este comportamiento de los priistas a su jefe máximo o “primer priista de México” –algo imitado por los panistas– fue la privatización del sector energético: Primero con la reforma al Programa de Acción del PRI y luego con la aprobación en el Congreso.
El servilismo de todos los priistas fue manifiesto: No hubo ni una sola voz en la Asamblea Nacional ni en las dos cámaras del Congreso para proponer, ya no digamos una moción contra la entrega de los recursos de la nación, sino siquiera un cambio de redacción o de una simple palabra. Nada.
Impostores: Cuando, en 2005, Vicente Fox se propuso privatizar la industria petrolera, el PRI introdujo a su Programa de Acción el artículo 302 que la rechazaba: “(…) rechazamos cualquier procedimiento que pretenda de manera subrepticia ceder la planeación y operación de las actividades propias de Pemex, el control de su mercado y el usufructo de la renta petrolera”.
Hace exactamente un año, por órdenes de Peña, ese artículo quedó despedazado y se propuso: “Garantizar que Petróleos Mexicanos, la empresa de todos los mexicanos, incremente su productividad, amplíe su participación en los mercados, sirva más eficientemente al país y sea palanca de nuestro desarrollo”.
“Cuando llega la instrucción, acaba la discusión”, dice la académica Rosa María Mirón Lince sobre este comportamiento, pero en la Asamblea Nacional no hubo siquiera discusión, ni en el Congreso –asociado con el PAN–: Se impuso sencillamente “la línea”, la voluntad del Jefe Máximo.
El PRI abrió las puertas también –no hay que olvidarlo– a que se imponga IVA a alimentos y medicinas, que sólo por interés electoral no lo hizo el año pasado. Pero si la mentira y la demagogia le son consustanciales, no habría que descartarlo, ni siquiera porque el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, asegura que no habrá nuevos impuestos antes de 2018.
Si a Peña se le pega la gana, en esto o en cualquier cosa, el PRI obedecerá. Hasta para el festejo de su 85 aniversario, mañana martes 4 de marzo.
El PRI tenía previsto hacer la celebración en Querétaro, en el Teatro de la República, pero Peña decidió que debería asistir y se cambió a la Ciudad de México, en el auditorio Plutarco Elías Calles.
Ya no sería a las siete de la tarde, en Querétaro, sino a las ocho de la noche, porque a esa hora, supuestamente, ya no trabajan Peña ni su gabinete.
Además de estas conductas y de la corrupción y la demagogia, un nuevo rasgo del PRI en el poder es el mesianismo. César Camacho, presidente del PRI, afirmó que la portada de la revista Time, en la que asevera que Peña está “salvando a México”, fue acertada.
Es seguro que si Peña pregunta qué horas son, Camacho le responda:
–¡Las que usted diga, señor presidente!
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